domingo, 20 de mayo de 2012

La vida golpea bajo.

     La casualidad hizo que me tope con Lunda, una mujer que conocí hace muchos años de una manera muy particular.
     Una tarde primaveral, Gruner iba caminando por la Avenida Maipú, cuando una chica le pregunta la hora.  Éste le contestó y la mujer se quedó mirándolo.  El muchacho le preguntó qué le pasaba y ella le contestó que era la primera persona que le había contestado a su simple pregunta, pues las demás personas, huían despavoridas del aspecto que tenía Lunda.
     Gruner, que ya contaba con esa capacidad de hablar hasta con las paredes, comenzó a inquirir a la muchacha y conocer un poco más sobre la persona que se encontraba enfrente.  No tardó en venir la invitación de Luanda a compartir un "tetra", a lo cual Gruner respondió afirmativamente, aunque el brebaje no es de su agrado.
     Lunda tenía veintitantos años, pero parecía de cuarenta. Su dentadura no estaba completa, su pelo pajoso y sus ropas harapientas desprendían un olor que denotaban el poco aseo de la joven.  Su cuerpo se alejaba de la femeneidad, aunque seguramente en alguna época habrá llamado la atención de los hombres.
      La joven había perdido a su familia hace tiempo y no contaba con muchas personas que se acerquen. Su vida consistía en pasar el tiempo, ocupándolo en drogas pesadas y cuando la plata escaseaba, el alcohol era su mejor amigo (de más está decir que es irónico).  Luanda había sido violada y eso generó en Gruner, cierta empatía, pues una mujer importante en su vida, había sufrido la misma desgracia.
     A pesar de la diferencia que había entre Luanda y Gruner, siempre que se encontraban en la vía pública, conversaban sobre varios temas, aunque el muchacho intentaba convencer a la joven, a cambiar radicalmente su vida.
    Hoy, casi ni habla, sus funciones cognitivas están tan disminuidas que no puede mantener una conversación coherente.  Su motricidad tampoco es buena. Duerme en la calle esperando que al otro día, no pueda levantarse más...

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