martes, 3 de enero de 2012

El costurero

      Más allá de todos los aprendizajes que adquieren los docentes a lo largo de su carrera, hay uno que es trascendente y quizás no se lo tenga muy en cuenta.  Luego de varios años de profesión, puedo afirmar sin ponerme colorado, que soy todo un costurero (Bueno, me puse colorado. ¿Y qué?)
      Lejos quedaron las épocas de aquel blanco, inmaculado, impecable y límpido guardapolvo blanco.  Muy lejos, porque sólo duró un día con tales características (igual, ya no uso más, por ahora).
    Luego del primer día de clases, una hermosa manito quedó marcada cerca de la zona de los riñones.  Más adelante, cayó el primer botón.   Parece que a los botones no les gusta estar amarrados a la tela, porque se genera un poco de tensión y salen disparados de manera muy facil.  Soy un experto en coser botones.
     Los bolsillos, depósito de figuritas, bolitas, caramelos, etc.  Sobrecargados en lapsos de tiempo que no duraban más de quince minutos, pero eran suficiente para que explotaran y luego, ser suturados una y otra vez.
    La parte trasera del guardapolvo, a partir de este momento, denominada "cosito de atrás" (No, no sé cómo se llama y no lo pude encontrar. Si alguien sabe, por favor avise cómo se denomina), también sufrió los embates de esas criaturas.  Jaloneos constantes hacen que su durabilidad sea puesta en duda.  Tampoco sabemos la función de este elemento, que por ahora, seguirá siendo decorativa para mi persona.
    Muchas veces, en su afán de llamar la atención, los niños utilizan un tirón para comunicarse con el adulto. Esa necesidad de estar agarrando todo el tiempo es una constante, por más que los estés mirando a los ojos, surje ese movimiento repetitivo. Algunos más temerosos de la figura docente, usan el dedito indice que da pequeños golpecitos en algún sector del cuerpo.
     Ese tironcito, que a priori resulta inofensivo, no lo es tanto.  Cierto día, el pobre guardapolvo ex blanco, ex inmaculado, ex impecable y ex límpido no aguantó más y murió.  Si, murió.  Una niña, con fuerza sobrehumana, con gran entusiasmo comenzó a tirar para que su maestro la escuche.  Al segundo tirón, un ruido atronador azotó al patio del recreo.  Pensaron que era un trueno, pero no.  Era el guardapolvo que se había quedado sin manga.  No podés romperle la manga a un guardapolvo. No podéssssssssssssssssss  Magdalena (sí, te cambié el nombre).
    Luego de una operación muy cuidadosa, el guardapolvo pudo ser recuperado, pero jamás... jamás  volvió a ser el mismo.

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