lunes, 2 de enero de 2012

Un baño por favoorrrrrrrrrrrrrrrrrrrr.

    ¿Cuántas veces necesita defecar un animal? Una, dos, tres... ¿Y un humano?. Cuando son bebés, después de cada comida pero cuando ya tienen mas de seis años, tres veces en la misma mañana es sinónimo de que si sigue así, va a desaparecer...
    La primera visita como docente fue a un acuario con alumnos de segundo año. Previamente se conversó con la dueña del negicio  para realizar la visita y como abría tarde, se planificó hacer un recorrido por el río y el barrio.
     Para esa visita, me acompañó Juan, un compañero del profesorado.  Tomamos una soga (si, ya sé, totalmente aberrante) y formaditos salimos a la calle.  La soga duró dos minutos dado que era un grupo que se dispersaba con mucha facilidad.  Antes de partir, cada niño fue al baño para evitar problemas posteriores.  Entre ellos estuvo Jonás, cuando sale del baño, describe la cantidad de "material producido".
     Caminamos ocho cuadras para acceder al río y nos ubicamos cerca de unos juegos.  Observamos un rato el lugar para luego seguir caminando por la ribera del río.  Hasta allí espectacular.  Decidimos sentarnos un rato cerca de una estructura de cemento para luego retomar el viaje al negocio.
      De pronto, Juan avisa al docente que había un niño que hacía como una especie de movimiento rocking pero tomándose las manos.  - Geraldo, me parece que ese nene se siente mal - aduce Juan con muchísima lucidez mental.
      Al nene solo le faltaba gritar para que hasta los peces del mar se percaten que tenía problemas estomacales.  Cuando se le preguntó a Jonás, este adujo que necesitaba ir al baño.
       Caminamos doscientos metros y accedimos a los baños del río.  Aprovechamos para que vayan todos los que necesiten realizar sus necesidades fisiológicas.   
      Se acercaba la hora de apertura del acuario, así que decidimos proseguir el viaje.
    Varios minutos después llegamos a destino, pero el negocio se encontraba cerrado.  Era la hora pactada, así que no dirigimos a unos juegos que se encontraban cerca de la estación del tren, frente al negocio.
     Pasaron cinco minutos para que se repita la misma situación que en el río. Jonás  volvía a realizar ese movimiento de rocking.  - Jonás, ¿qué te pasa? (sí, ya se que era obvio, ¿y?) - preguntó el maestro.
     El niño comentó que necesitaba ir al baño de nuevo. El maestro pensaba dónde encontraría un baño en ese lugar.  Hasta que se percató que en toda estación tiene que haber un baño.  Llamó al niño y este lo acompañó a recorrer el sitio.
      Divisaron un cartel que indicaba la presencia de los baños y ahí la calma volvió a estar presente en el docente.   Al acercarse a la puerta verde de entrada,  vieron un cartel de papel pegado burdamente que tenía la siguiente leyenda:
BAÑO CLAUSURADO.
- Nooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo - Gritó el maestro desesperado.
    Ese grito fue escuchado por un señor que se encargaba del aseo de la estación. Al ver al pobre maestro, se apiadó de este y le permitió usar el baño, dándole la llave del cuarto, pero con la advertencia de que no tiren la cadena.    Con tal de resolver dicha urgencia, el maestro era capaz de bailar una polka.
     Le llevó 5 minutos reloj realizar "su trabajito" para luego manifestar - Profe... No hay papel.
- Nooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo - Le salió del alma el grito.
     Salió con mucho nervisismo mirando para todos lados.  Los negocios, en su gran mayoría continuaban cerrados y los que estaban abierto difícilmente vendan papel higiénico.  Ya pensaba preguntar en la floreriría, pero lo descartó al instante.  Geraldo observó con mucho "cariño" unas hojas gigantes de una planta de nombre desconocido (lamentablemente no soy botánico).
     Una mano toca el hombro del educador y este, al darse vuelta, se encuentra con el señor que le había dado la llave del baño.  Le señala una calle y le dice que a la vueltita hay un kiosco para conseguir el tan preciado papel.
      Luego de la gran odisea, el negocio abrió. La dueña, con cara de dormida, esbozó una excusa que no la creyó ni el diariero de la esquina (y eso que ni siquiera estaba ahí para escucharla). Compramos los peces y volvimos sin ninguna parada a la escuela.
     A partir de ese momento, lo primero que carga el Geraldo, no es el botiquín ni las autorizaciones. Lo primero que toma,  es el papel higiénico.

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