domingo, 1 de enero de 2012

Rubia con guardapolvo "detiene" colectivos.

     A veces los seres humanos somos tan egocéntricos que pensamos que el Universo está complotado contra nosotros.  Esos sentimientos se ven alimentados cuando nos dirigimos a la "parada" de un colectivo y al encontrarnos  a escasos metros, vemos como pasa el "tanque metálico" por delante de nuestros ojos.  Por más que atinemos a levantar el brazo para que el vehículo frene, observamos con enfado, cómo el chofer mueve de un lado a otro su dedito índice, denotando que no va a frenar ni por casualidad, mientras el resto de los pasajeros mueve sus manitos cómo esbozando un saludo de despedida (esto último entra en la fantasía del que escribe).
     Si el lector es un asiduo explorador urbano, se habrá percatado que no ocurre lo mismo con todos los seres del pavimento.  Hay un grupo que queda exento.  Ese grupo suele tener cabellera larga, rubia y un guardapolvo que denota trabajar con niños.  Esas trepadoras (espero que no se ofendan, estoy jugando con el texto)  sueltan su suave, dócil y juguetona cabellera para que el reflejo de la luz solar encandile a los mortales que transitan la zona.
      Desde hacía varios años, todos los días hábiles volvían caminando por la vereda, tres docentes.  Uno de ellos acompañaba y los otros dos debían tomarse distintos colectivos.  Uno de ellos... era el "espécimen" mencionado en el párrafo anterior.
     Muchas veces, cuando el grupete se encontraba a mitad de camino para acceder al transporte, irrumpía por la calle el vehículo de la señorita rubia, joven y con guardapolvo (nunca lo llevaba pero se notaba a la legua que era maestra).    Correr era imposible, pues el deplorable estado físico (obviamente que el muchacho no) de la docente dejaba mucho que desear.    La única alternativa era intentar detener el vehículo con la mano como si hubiese una "parada" imaginaria.
     La primera vez que intentó el método descripto generó risas de sus acompañantes, pensando en lo ilusa que denotaba ser la señorita, aunque, manfiestó que no pensaba que se iría a detener. Lejos de seguir avanzando, detuvo su marcha para permitir el acceso al vehículo por parte de la joven.
     Salvo una vez (el colectivero iba con un pañuelito rosa en su muñeca generando dudas sobre su condición sexual), cada vez que aparecía el colectivo, siempre paró para que la muchacha pueda ingresar.
     El que escribe, jamás pudo frenar un colectivo así.  Incluso si se ubica delante de este (debo confesar que me atropelló un colectivo 59).  He visto gente que para el colectivero no existe. La pregunta es: Si queremos mejorar cómo conducen los colectiveros, ¿deberemos ponernos una peluca rubia al vienro y un guardapolvo de maestra jardinera?



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