martes, 12 de junio de 2012

El "pibe" Paty.

     Cuando un niño puede optar qué alimento ingerir, siempre va a seleccionar los que gozan de un sabor más agradable al paladar que los que benefician al cuerpo. Ésta conducta, se repite en el adolescente con igual intensidad que el niño, aunque goce de mayor independencia que éste último.
     Todos los días, la madre de Gres iba a trabajar para volver tarde de sus actividades.  El resto de la familia también tenía sus responsabilidades, y una vez cumplidas, regresaban al hogar en horarios bien dispares. 
     Gres aún concurría al colegio  y una vez que terminaba el horario escolar, regresaba a su casa para comer lo primero que veía.  Al abrir la heladera, se encontraba con varias opciones que descartaba rápidamente, como las verduras o cosas tan ñoñas como sanas.
     Para paliar su hambre, abría el congelador de la heladera y extraía hamburguesas.  A veces tres, otras cuatro, pero todos los días era el mismo plato, acompañado con pan.
    Éste tipo de alimentación hizo mella en su cuerpo y obviamente, su volumen de grasa aumentó considerablemente.  Las consecuencias de ésto no solamente repercute a nivel salud, sino en un espectro mucho más amplio, como el social, emocional, etc.
    Tardó varios años en comprender esto y cuando terminó el secundario, modificó conductas que alteraban su cuerpo (de noventa y cinco kilos pasó a los sesenta y tres kilos actualmente).  Fundamentalmente, cambió su alimentación que dejó de ser tan básica y amplió su dieta con otros productos. 
    El cambio corporal aparejó un cambio mental en varios aspectos. Uno de ellos, el de disfrutar de la cocina y aprender cada cierto tiempo, algún plato nuevo o conocer nuevos alimentos desconocidos para su paladar "vago".


No hay comentarios:

Publicar un comentario